Skip to main content

Lánzate, el camino no es tan empinado como te imaginas

Desde niña tenía superpoderes, pero no lo supe hasta bien tarde. Me consideraba patosa, despistada y con poca capacidad de concentración. Tocaba la flauta, el piano y jugaba a baloncesto, todo un poco… “regulinche”, y encima de vez en cuando suspendía lengua, inglés o matemáticas. Tuve la suerte de a los 10 años tener una profesora que creyó en mí y me ayudó a transformar mis ensoñaciones en historias infinitas. Además, esa imaginación me empezó a ayudar a dar soluciones a problemas de forma diferente al resto. Me empezó a fascinar aprender, saber los porqués, de dónde venían muchas cosas que me contaban. Descubrí que el saber me daba confianza en mí misma, el saber, el conocer, me hacía sentir menos miedo. Las notas en el colegio empezaron a ir mejor, y descubrí que había mucha más gente que no me consideraban pastosa o despistada, y aunque seguía desafinando de vez en cuando…no me importaba tanto, total, también había futbolistas que fallaban goles ¡y a ellos les pagaban millones!

Al finalizar el instituto, no sabía que estudiar, sabía que me gustaba aprender. Tenía una lista de carreras universitarias muy diferentes que me apasionaban: enfermería, historia, nutrición, magisterio, biología, agrónomo…todas me daban miedo porque tenían algo que en lo que yo no era muy dicha. Había oído muchas historias sobre lo difícil que eran algunos estudios universitarios, los años que dedicabas, las veces que te presentabas al examen para suspender…Al final, elegí nutrición, tres años no eran muchos, y si suspendía y suspendía, no serían más de diez. Empecé la universidad y vi que al igual que había disfrutado de niña aprendiendo, aquí me gustaba aún más, los profesores me parecían seres de conocimiento interminable y las prácticas de laboratorio un sueño. Al fin y al cabo, la universidad no era imposible, las asignaturas, los años, estaban hechos para aprobar y siempre tenía compañeras dispuestas a ayudar cuando se me atragantaba algo. Tuve que dejar la universidad un tiempo por enfermedad, y día a día me acordaba de mis compañeras, amigas y de lo que estaban aprendiendo. Sentía que había perdido un tren maravilloso y que nunca iba a ser lo mismo. Cuando pude volver, estaba de nuevo a cero, los miedos, el ser diferente, el incorporarme a mitad en un año donde todos ya se conocían me parecía horrible. ¡Otra vez me equivocaba! Al igual que me había pasado la primera vez, volví a encontrar muy buenas amigas y compañeras, no me había vuelto tonta y hasta me sentía un poco más listilla con las experiencias vividas. Posteriormente, tuve la oportunidad de hacer prácticas en un laboratorio de investigación, y aprendí tanto, que no quería dejar de hacerlo. Me encantaba ese mundo que desconocía, medir los alimentos, comerlos, describirlos, y si se podía, hacerlos un poquito mejor nutricionalmente. Así que decidí seguir estudiando para optar a los programas de doctorado. Realmente, no podría decir en qué momento decidí ser científica, pero sí que puedo decir que para mí ha sido la suma de querer seguir sabiendo y de querer dar solución a los problemas que nos rodean en el día a día. Hoy en día me llena saber que puedo estar ayudando a la gente con soluciones prácticas y desde el conocimiento, y en las que tal vez, nadie había pensado antes.